La tarde era tranquila en las calles estrechas y despejadas del pueblo. Hasta entonces el calor era agobiante y de repente llegó una lluvia veraniega a dar un poco de consuelo. Yo caminaba debajo del aguacero. Disfrutaba la soledad del momento, la intensidad de la tarde, el olor a tierra mojada.
De pronto gire a la derecha y ahí estaba ella. Radiante debajo de la lluvia, con su cabeza en dirección al cielo y sus ojos cerrados. Empapada por el agua y con cara de placer.
No me miro. Posiblemente sabia de mi presencia. Era ella, toda ella. Una vez más ella.
De pronto, sin abrir los ojos, comenzó a desnudarse. Su cuerpo quería sentir el agua en la piel. En principio no supe que hacer, si quedarme observando o escapar de la situación. Las acciones seguían y en pocos segundos vi su cuerpo completo, resplandeciente.
Entonces supe que algún movimiento debía realizar. Caminé, rápidamente y la abrace cubriendo su cuerpo desde su espalda. Fue un impulso de protección.
Entonces ella abrió los ojos y encontró mi mirada.- “Tranquilo…”- dijo, mirándome fijo a los ojos, tomando mis brazos con firmeza y pasión. Comenzó a besarme lenta y apasionadamente. Era el mejor beso, el más esperado. Giró para fundirnos en un abrazo, mirándonos, conectando las almas.
Sacó mi remera pegada a mi cuerpo por el agua, casi arrancándola. Bajo mis pantalones y se giró nuevamente. Ahora éramos dos cuerpos desnudos. El agua y el deseo nos recorrían. Reconocí entonces que el paraíso existía, al tiempo que nuestros cuerpos se fundieron.
Pero entonces algo horrible sucedió: Desperté sin encontrarla. En su lugar había otra persona y el placer se volvió una sensación horrible, de culpas, de ganas.
Desde ese día supe que es ella. Desde esa noche nunca más se fue…
Ella

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En tercera persona parece que esa muer hace menos daño. muy bueno el relato!
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