—Dime, hija, ¿qué te preocupa?
—Padre, las notas bajaron otra vez.
—¿No estudias?
—Sí, me siento a estudiar, pero me cuesta porque me pongo a pensar en comer.
Voy a la cocina y me preparo un sandwich de jamón y queso con un poco de
mostaza y mayonesa, y también me llevo galletitas. Si mi mamá compró las que
a mí me gustan, esas que están rellenas de chocolate, entonces me puedo comer
todo el paquete de una sentada. Y como se me seca la boca, me llevo algo para
tomar también. Mi mamá compra bebidas sin azúcar para que no engorde, dice,
pero yo acabo preparándome un Nesquick y le pongo azúcar porque me gusta
que la leche esté muy dulce. Me llevo todo al cuarto y me pongo a comer
mientras estudio, pero no me quedo con nada, porque me pongo a pensar en
que me gustaría hacerme otro sandwich. A veces, ni me da tiempo a leerme la
página que ya quiero prepararme otro, y me paso toda la tarde yendo y viniendo
de la cocina.
—¿Y tus padres te llevaron a un médico?
—Sí, padre, el médico me pregunta por mis preocupaciones y yo no sé qué
decirle. Me da vergüenza. Con él, no tengo la confianza que tengo con usted.
—¿Qué te da vergüenza?
—Lo que pasa padre es que … no sé, yo no estoy en el cuerpo correcto. Esta chica
gordita no soy yo. Yo lo sé esto hace mucho, pero no sé qué hacer. No sé si Dios
lo decidió así o si justo hubo un fallo divino cuando nací y se confundieron.
Entiendo que cualquiera, hasta el más divino, pueda cometer un error. Usted
mismo lo ha dicho alguna vez. En resumen: no tengo el cuerpo que me
corresponde. Yo no soy una chica, padre, no soy una chica, y esa es la verdad.
Pero no sé por dónde se empieza con esto, ¿me entiende?
Deja espacio al final para el nuevo conflicto. Solo asoma pero es sufiente, en este caso como casi siempre, menos es mas. Bueno!
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